martes, 11 de mayo de 2010

CONSECUENCIAS FUNCIONALES DE LA DEFICIENCIA DE HIERRO

La justificación de un programa de prevención de la deficiencia de hierro se fundamenta sobre la gravedad y permanencia de sus consecuencias sobre la salud. En los niños pequeños y en las embarazadas, estas consecuencias resultan potencialmente más graves que en otros grupos.

La deficiencia de hierro en los niños provoca trastornos en diversas funciones, entre ellas, las siguientes:

• Alteración del desarrollo psicomotor, particularmente del lenguaje. -

• Retardo del crecimiento físico.

• Disminución de la capacidad motora.

• Alteraciones en la inmunidad celular y como consecuencia aumento de la duración y severidad de las infecciones.


En los niños, el más importante de los efectos adversos es la alteración del desarrollo psico-motor, probablemente irreversible.

De allí la urgencia de prevenir esta deficiencia en los primeros dos años de vida, etapa en que coincide la mayor prevalencia de deficiencia de hierro con la mayor vulnerabilidad del cerebro a las noxas nutricionales. Los niños mayores de 2 años también presentan problemas de atención y de rendimiento intelectual; sin embargo, si la anemia es tratada, la alteración del desarrollo es reversible.

En las embarazadas, la anemia por deficiencia de hierro produce:

• Aumento del riesgo de mortalidad materna posparto (en anemias severas).

• Prolongación del período expulsivo (por disminución de la fuerza muscular).

• Aumento del riesgo de prematurez.

• Retardo del crecimiento fetal.

• Cansancio, apatía (que dificulta el cuidado de sí misma y del recién nacido).



EL HIERRO EN LA DIETA

El factor de riesgo básico asociado con la deficiencia de hierro es la baja concentración y/o biodisponibilidad del hierro en la dieta. Dada una dieta de características más o menos uniformes, aquellos individuos o grupos poblacionales que presenten mayores requerimientos desarrollarán la deficiencia.

El hierro está presente en los alimentos en dos formas: hierro heme y hierro no-heme. El hierro heme existe en las carnes de todo tipo (rojas y blancas, incluyendo las vísceras) y en la sangre (morcilla). Más del 20% del hierro heme presente en el alimento es absorbido y este proceso no resulta alterado por la presencia de factores facilitadores o inhibidores de la absorción.

El hierro no-heme –o inorgánico– comprende el hierro presente en los vegetales, y en otros alimentos de origen animal como la leche y el huevo. La absorción promedio de este tipo de hierro es mucho menor (del 1% al 8%) y altamente variable, dependiendo de la presencia en la misma comida de factores facilitadores o inhibidores de la absorción.

El hierro de la leche materna constituye una excepción, dado que su absorción ha sido estimada en alrededor del 50%, si bien su concentración es tan baja como en la leche de vaca.

Los más importantes entre los factores facilitadores de la absorción de hierro son la vitamina C, otros ácidos orgánicos (cítrico, málico, tartárico, etc.), y el "factor cárneo", es decir, la presencia de tejidos animales de cualquier especie en la misma comida.

Los factores inhibidores más importantes son: los taninos presentes en el té y el mate, los fitatos (salvado de cereales), los fosfatos (yema de huevo, gaseosas), y el exceso de calcio.


CARACTERÍSTICAS DE LA DIETA ARGENTINA

Nuestro país presenta uno de los más altos consumos de carne (particularmente carnes rojas) en el mundo, con una disponibilidad promedio de hierro de 140% según Hojas de Balance de Alimentos. Las carnes tienen un alto contenido de hierro de la mayor biodisponibilidad y, además, facilitan la absorción del hierro de otras fuentes vegetales.

La ingesta de hierro esperable en la población adulta puede estimarse a partir de la estructura de compra de alimentos a nivel familiar (INDEC, Encuesta de Gastos e Ingresos de los Hogares, 1996-97). Los cálculos siguientes se refieren al área metropolitana para las familias ubicadas entre los percentilos 13 y 42 de ingresos; esto es, las familias que cubren, como mínimo, el requerimiento energético. Tomando como base la estructura de consumo, se calculó la cobertura de necesidades de hierro para una dieta que brinde 2500 Kcal/día (requerimiento medio de un hombre adulto sedentario) y 2000 Kcal/día (requerimiento medio de una mujer adulta) y 3000 Kcal/día (requerimiento medio de un hombre adulto con actividad física moderada).

Las diferencias regionales en términos de consumo de carnes son escasas, variando las proporciones de carne vacuna, aviar, porcina, ovina y pescados, pero manteniendo un porcentaje alto del consumo calórico total:


Metropolitana           Centro           NOA        NEA          Cuyo            Patagonia

     18,1 %                17,3 %         15,7 %      17,1 %       15,7 %             16,0 %



Este patrón dietético favorable para los adultos, no tiene el mismo impacto en los niños pequeños, dado que su ingesta de carne es tardía y escasa en cantidad. Aun así, en los niños de 9 a 24 meses de la encuesta del Gran Buenos Aires , el 30% del hierro que consumían provenía de carnes.

En los niños, la lactancia materna ofrece una adecuada protección durante los primeros meses de vida en la medida en que sea exclusiva. Los datos existentes en diversas regiones del país indican un patrón de lactancia exclusiva de corta duración, si bien la lactancia se mantiene con incorporación temprana de leche de vaca y papillas de vegetales y frutas.

La densidad de hierro de la dieta de los lactantes del Gran Buenos Aires es de 5 y de Tierra del Fuego es de 4,5 y de 4,7 mg/1000 Kcal, respectivamente, en tanto en U.S.A. es de 7 mg/1000 Kcal. Esta diferencia se relaciona con el bajo consumo de alimentos fortificados con hierro y con el hecho de que 30% de la ingesta energética en nuestra población de 9 a 24 meses de edad es provista por leche de vaca. Si el 30% de las calorías fueran provistas por una fórmula fortificada (según estándares norteamericanos) la ingesta promedio de hierro sería 135% mayor que la actual. Considerando el consumo de derivados de la harina de trigo en este mismo grupo, la ingesta de hierro aumentaría un 16% si la harina se forticara a niveles de restauración.

Las alternativas de prevención de la deficiencia de hierro son, básicamente, tres:

• Modificación de la dieta para aumentar el consumo de hierro y sus facilitadores de absorción, y disminución del consumo de inhibidores por medio de la educación alimentaria.

• Fortificación de algún alimento base de la dieta con hierro.

• Suplementación con compuestos medicamentosos del mineral.

Estas estrategias no son necesariamente excluyentes, pero tienen diferentes tiempos de im-plementación y para observar un impacto en la población: la modificación de la dieta (si fuera posible, a pesar de las restricciones económicas y culturales) opera en el largo plazo; la fortificación es efectiva en el mediano plazo; la suplementación, por su parte, es una estrategia de corto plazo y la menos sustentable.

Otras medidas nutricionales, educativas y de tratamiento de parasitosis son coadyuvantes o están indicadas en contextos particulares.

Para elegir una estrategia se deben tener en cuenta las causas particulares que operan sobre los grupos de población de mayor riesgo, la prevalencia de anemia en cada grupo y los períodos críticos en que la deficiencia de hierro puede producir consecuencias funcionales importantes.

Por ejemplo: en una mujer embarazada sin depósitos de hierro, la ventana de prevención son 9 meses y no se lograría impacto con la educación alimentaria solamente. En este caso, la prevención recomendada es la suplementación medicamentosa con hierro y folatos, debido a que el requerimiento es inusualmente alto en esta etapa, lo que no puede ser cubierto por la dieta habitual, ni aun cuando incluya alimentos fortificados.

En los niños menores de 2 años, las medidas de orden general incluyen la prevención del bajo peso al nacer, la ligadura tardía del cordón umbilical (cuando cesan los latidos), la lactancia exclusiva durante el primer semestre y la alimentación complementaria adecuada con incorporación temprana de carnes. Sin embargo, los datos epidemiológicos demuestran que la magnitud del problema en nuestro país exige medidas más directas en plazos más perentorios.

La intervención aplicada hasta este momento ha sido la suplementación farmacológica, desde que la Sociedad Argentina de Pediatría normatizó en 1983 la práctica ya vigente de suplementar con hierro por vía oral a todos los lactantes.

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